miércoles, julio 15, 2009

Realeza

Cierta hermosa mañana, en un pueblo de gente muy dulce, un hombre y una mujer arrogantes gritaban en la plaza publica: “¡Amigos, quiero que ella sea reina!” “¡Quiero ser reina!” Ella reía y temblaba. El hablaba a los amigos de una revelación, una prueba que se había cumplido. Se pasmaban el uno ante el otro.

En efecto, fueron reyes toda una mañana, en que las tapicerías carmesíes se alzaron por sobre las casas, y toda la tarde, en que avanzaron por el lado de los jardines de palmeras.

Iluminaciones. A. Rimbaud.-